Una de las peores cosas de la infertilidad, para mí, era superar cada año las navidades. Eran, sin ninguna duda, los peores días del año, aquellos en que te ves otro año más estancada, sin haber avanzado.
Recuerdo en lo más profundo de mi corazón echar de menos lo que nunca tuve, mucho más que a los que ya no están. Dolor, un profundo y desbordante dolor que nadie entendía.
Y es curioso que el año en que me planté y me negué a vivir las navidades como cada año fuera el primero tras haber abandonado los tratamientos. Reseteé las navidades.
Y no sé si es por eso, o porque me estoy recuperando asombrosamente bien (lenta, sí, pero de dentro hacia afuera), que ahora puedo hablar de ello en pasado.
El deseo de ser madre sigue estando ahí, latente, esperando, en este embarazo burocrático que me resulta eterno. Mi deseo no ha cambiado, en ningún momento, en toda mi vida. El dolor, sin embargo, se diluye.
He descubierto en mí cierto rechazo hacia casi todo aquello que tenga que ver con la infertilidad, y he de admitir que me molesta, porque sigo esperando el día en que pueda volver a ayudar, a colaborar de una forma u otra, porque ahora mismo siento que me he fallado, que una parte de mí quiere involucrarse pero la otra, la que cuida de mí, me da portazos en las narices continuamente. No sé si es cuestión de esperar o de darme un chapuzón directamente, pero por ahora voy a seguir escuchando a la vocecita que desde dentro me pide esperar.
También tengo miedo de gritar que estoy bien, que las navidades han sido geniales, que las he esperado con normalidad y afrontado con ilusión, que no me he sentido una fracasada cuando he comido con el resto de madres de -ya- adolescentes, y que no he sentido ganas de llorar ni una sola vez. Lo diré bajito, para no espantar a los elfos que lo hacen posible.
¿Es posible que esto sea un cachito de felicidad? Algo me dice que sí, es posible.
Siento que, aunque me vayan a quedar secuelas de todo aquello, todo se supera, no necesariamente siendo madre, se puede superar sin conseguirlo. Aunque sea difícil, no es lo más difícil que hemos hecho, creo que lo más duro es aceptar, caer, perder, perderte... Y si en algo tenemos experiencia es en volver a levantarse, eso ya lo tenemos chupado.