jueves, 17 de octubre de 2019

Sanando por dentro.

Hace poco empecé a ir a yoga. No es una clase de "yoga espiritual", pero acabamos la clase con unos minutos de relajación durante los cuales la monitora nos lee un texto y nos empuja levemente a meditar un poco.

Al final de una de esas clases habló sobre el agradecimiento, sobre aprender a aceptarnos tal como somos y a agradecerlo.

Salí de allí un poco tocada, con las endorfinas por todo lo alto, relajada, ligera, y con un batiburrillo de emociones en mi interior.

Qué difícil es aceptar ciertas partes de mi cuerpo que me han fallado, que me han puteado tanto. Y qué imposible veo ahora mismo agradecerles nada.

¿Gracias, por qué?

Acepto mi situación, acepto lo que me da la vida porque no tengo otra opción, pero no me acepto a mí misma tal como soy porque mi cuerpo no ha estado a la altura. Debería hacerlo algún día para encontrar esa paz interior, tal vez lo haga, quién sabe. Lo que tengo claro es que hoy por hoy no lo hago ni me veo haciéndolo.

Es cierto que las heridas están cicatrizando, lentamente, y lo hacen sin escocer casi siempre. No hace mucho me dí cuenta de que ya no se me clavan en el corazón como cuchillas la mayoría de comentarios que hace un tiempo me hubieran dolido tanto. De repente te das cuenta un día de que te están resbalando, así sin más. Que no te molestan ciertas actitudes de la gente que te rodea. Que estoy volviendo a ser la que era antes de meterme en el apasionante mundo de la infertilidad. 

Con mis cicatrices, claro, porque esto te cambia para siempre.

Y cuando digo que estoy volviendo a ser la misma también me refiero a que estoy olvidando todo aquello que aprendí en el master de infertil, cosas que jamás pensé que olvidaría, cosas que me parecía increíble que otras mujeres olvidaran tras ser madres (Aunque sigo manteniendo el mismo respeto por todas aquellas que están pasando por ello, faltaría más). No me lo reprocho, solo me sorprendo, me fastidia un poco pero me siento liberada de todo aquello a lo que me sentí atada a la fuerza.

Se acercan fechas difíciles, el otoño mágico, con sus días señalados, con sus recuerdos, con sus alegrías y sus penas, con su eterna melancolía... Y yo, que estoy viviendo el presente más que nunca, solo he caído en ello al intentar hacer memoria de mi beta positiva y no lograr recordarla. Cuando miré hacia abajo ví el agujero negro bajo mis pies y, para mi sorpresa, no me hundí en él. Me embargó la tristeza, sí, como cada vez que lo pienso. Pero no me hundí. Y volví a sorprenderme al comprender que había hecho planes para días señalados sin ser consciente de ello.

Siento que estoy sanando por dentro. Es un proceso lento, tampoco quiero correr, no lo necesito... a paso lento voy desandando el camino de vuelta y dejando en cada parada un poquito de esa mochila que tanto pesaba. Quizás sí, quizás algún día perdone a mi cuerpo y lo acepte tal como es.


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