Porque no podía ser de otra manera, porque si hay una estación especialmente sensible para vivir lo que estamos viviendo, es otoño.
Cuántas cosas hemos vivido en otoño y cuantas nos quedan por vivir, cuantas esperanzas pusimos, cuantos negativos, cuantas emociones, desde las más tristes a las más alegres, cuanto amor dejamos en cada intento, en cada paso, en cada caída...
Y cuanto amor estamos dando y recibiendo, porque mi pequeño llegó a nuestras vidas este otoño, casi sin avisar, en medio de un tsunami que nos transformó la casa y el corazón, porque casi de un día para otro nos vimos comprando y recibiendo cosas que creíamos controladas.
No recordaba que este verano escribí un post en el que contaba, entre otras cosas, que estaba comprando cositas, ha sido al entrar hoy a escribir cuando lo he leído y publicado. Pues bien, ¿aquello que compré? Cuatro tonterías que no son nada comparado con todo lo que hemos necesitado.
Un día te llaman y desde ese momento empieza la locura: un regalo para el día que lo conocemos, instalar la silla del coche, la cuna, la trona, artículos de higiene, juguetes, muebles para su habitación, la pintura, el pintor, el suelo, sábanas y demás, vigilabebés, carro, bañera, el tornillo de la cuna que nos dejaron que ya tenía quince años y no encontrábamos en ninguna parte, etc etc etc. Pero mientras tanto, tienes una cita para que te cuenten quien es, cómo es, vas a conocerlo, recibes cuatrocientas llamadas al día y cuatromil whattsapp, te levantas a las cuatro de la mañana a montar un mueble o a comprar online cosas que necesitas porque un rato después estás en el coche camino a su casa de acogida para pasar la mañana con él, para ir a comer entre compra y compra y para dar gracias al cielo por tener una amiga cerca que vale oro con diamantes por lo menos, que te deja un ratito su casa para reponer fuerzas, porque en cuanto el peque se despierta de la siesta vas corriendo de nuevo para pasar la tarde con él y no quieres separarte cuando llega el momento pero sabes que te tienes que ir porque él tiene que dormir y tú tienes que montar algo o comprar nomásclavos o hacer su cama porque en unos días va a ir a hacer su primera siesta en casa, y cuando te das cuenta son las doce de la noche, has recibido seiscientas ochenta y seis llamadas más de las cuales no has podido responder a la mitad, y otros dos millones de whattsapp que se van a quedar sin responder porque no te da la vida, y sabes que te vas a despertar a las cuatro de la madrugada de nuevo con el síndrome del nido y que la situación va a durar unos diez días.
Agotador, pero es tan intensa e inmensamente emocionante, que vives respirando felicidad por cada poro y todo cansancio te da exactamente igual.
Pero por más que os cuente, jamás podré describir cómo fueron aquellos días de bendita locura. Lo que sí puedo contar es que mi peque llegó a nuestras vidas con 13 meses y que no podíamos pedir más, que hemos tenido una suerte tremenda y que es un niño feliz, un bichito que no para quieto ni para dormir, un conquistador de corazones que te gana con una sola mueca, y más bonito que el sol.
¿Y qué os puedo decir de mi corazón? Que no me cabe ya tanto amor, que lo quiero con locura y cada día más. Que es cierto que al principio tan solo éramos desconocidos creando un vínculo sagrado, pero ahora...
Ahora sí, queridos lectores, SOY MAMÁ.