Si me has leído alguna vez, probablemente sabrás que me encanta el otoño, no sé bien si es por la luz, los colores, el sonido de miles de pajarillos en los árboles del pueblo, la oscuridad temprana de la tarde o las temperaturas menos extremas. Quizás sea la melancolía que desprende, o que percibo yo.
Puede que también sepas que en otoño cumplo años, lo he mencionado alguna vez. Pero este año, este otoño, cumplo 42. Una edad que poco significado puede tener para el mundo, no es un número redondo, pero que para mí sí lo tiene.
Cumplir 42 años significa que ya no cabe la posibilidad de que mi hijo/a tenga menos de un año cuando nos conozcamos.
Lo esperaba, hace tiempo que lo acepté, pero mentiría si dijera que una parte de mi no tenía aún un cachito de esperanza. Creer que por algún milagro o algún giro del destino, antes de la fecha, mi móvil se iluminaría mostrando en la pantalla un número largo y que al descolgar me citarían para empezar todos los trámites (y que me daría tiempo). Porque, sí, tras casi 7 años de espera, seguimos en el mismo punto, sin mover ficha, esperando a que todo el mecanismo se ponga en marcha.
Pero no hay milagros ni maravillosos giros del destino, y me entristece pensar que no voy a ser mamá de un bebé de meses, pero quiero seguir creyendo que valdrá la pena esperar, y que mi hijo/a será el/la que tenga que ser con la edad que tenga que tener, y que a partir de ahí viviremos todo aquello a lo que estemos destinados a vivir.
42 otoños significa el fin de un rayito de esperanza, del sueño de tener un bebé. Pero también, estar aquí en este punto, define un poco más nuestro futuro, le va dando forma, si es que eso tiene algo de sentido.
Estamos más cerca, cada día, cada otoño, de estar juntos.
Estoy segura de que el 43 otoño será diferente: el camino es largo, pero cada día es un día menos para compartir, para reír, para ver esa carita ... sin duda os merecéis ser un final de lujo para esta historia. Ya sois unos padres maravillosos ❤️
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