Noviembre siempre fue un mes clave en mi vida infértil y personal.
La cancelación de mi primer tratamiento, la cancelación del último de la seguridad social, el nacimiento de mi sobrino y, cómo no, mi único positivo.
Hoy hace tres años del día más feliz de mi vida. Y siempre dije que no quería recordar fechas, pero no puedo olvidar esta, ¿cómo? Si de repente mi mundo volvió a girar de nuevo, si lloré de felicidad, me sentí en la cima del mundo, logré decir: estoy embarazada.
Dios... ¡¡lo estuve!! No estoy soñando, no lo soñé, de verdad que lo estuve, durante unos días, o semanas, mi hijo/a estuvo dentro de mí para hacerme la mujer más feliz del mundo, para hacerme mamá.
A veces me pregunto qué ocurrió, no soy la única, claro, y sé que no debo culparme pero me pregunto si fui yo la que acabó con su vida, si mi estado de nervios, mi excitación, provocó su muerte. Eso nunca lo sabré, y quizás sea mejor así.
Y a pesar de haber sido el día más feliz de mi vida, hoy duele, como duele cada año que pasa, como duele casi cada día, solo que lo guardo en un cajón y no lo saco. Las fechas, las malditas fechas, vuelven una y otra vez para recordarnos cosas que, en realidad, tampoco queremos olvidar.
No, no quiero olvidar aquel día, aunque duela.
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