Es como ese caldero rebosante de monedas de oro que podemos encontrar el cualquier arco iris que se precie. Parece que lo tienes al alcance de la mano y sin embargo no llegas nunca a alcanzarlo.
Quien diga que es feliz al 100% o bien miente, o bien no sabe lo que dice.
Siempre dije que mi finalidad, al dejar los tratamientos de reproducción asistida, es ser feliz. Lo sigue siendo. Pero ser feliz no significa vivir en una nube de felicidad constante, al final nos ahogaríamos entre tanto unicornio y tanto algodón de azúcar.
La felicidad está en las pequeñas cosas, no os acabo de descubrir el mundo. Está en aceptar los palos que te da la vida, luchar por tus sueños mientras no te venzan, valorar esos pequeños detalles del día a día, una sonrisa, una buena noticia, un abrazo, un chocolate, un libro, un aroma teletransportador, un café con una amiga...
Yo floto, tengo muchas carencias en cuanto a lo que sería una vida perfecta, o cómo sería mi vida perfecta, pero no sería mi vida. Yo floto a pesar de esas carencias, no me dejo hundir, ya no tengo que esforzarme en salir a flote, y si viene una ola y me da una zambullida, peleo contra corriente y me cojo a cualquiera de mis corchos, tengo unos cuantos que me llevan a la superficie rápidamente.
Soy inmensamente feliz en momentos determinados de mi día a día. Me río muchísimo, además, en el trabajo, en casa, con las amigas, con la familia... Y tengo mis malos momentos. Pero si saco la media, lo más probable es que dé como resultado que he logrado ser feliz.
Y tampoco voy a negar que esa felicidad se mantiene en parte por mi rayito de esperanza, el/la que me hará mamá algún día.
Cojo cada pequeño detalle, cada momento, cada cosa que me hace feliz y lo amontono formando una montaña enorme de felicidad. Ya no tengo que escalar mi montaña, he hecho mi propia montaña y me resulta increíblemente fácil subirme a ella disfrutando de cada elemento que la compone.
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